Amo viajar. A cualquier lado, en cualquier momento del año, en cualquier situación de mi vida. El momento de armar las valijas, subirme a un medio de transporte y embarcarme en un viaje es una de las sensaciones más lindas que existen para mi. 

Con mi marido veníamos teniendo un año super agitado, lleno de actividades, trabajo, responsabilidades, demasiada vida adulta para mi gusto. Fue así como un día sin avisarle, reservé cuatro días en La Cumbrecita (personalmente, creo que es uno de los mejores lugares de Córdoba para desenchufarse, relajarse y olvidarse de que existe el mundo), y en medio del reto de la reserva sin consulta, nos fuimos. 

Fueron cuatro días mágicos. Es más, declaro que debería existir por decreto un corte a mitad del año en donde irse al medio de la montaña a respirar aire puro, no tener wifi, escuchar solo el cantar de las aves y poder quedarse mirando el cielo estrellado hasta altas horas de la noche. 

La Cumbrecita es como estar en medio de un cuento. Sus construcciones alemanas y suizas que a la tardecita empiezan a humear por las chimeneas, sus paisajes y recovecos en medio de las sierras donde sentarse y contemplar la naturaleza, la comida casera simplemente deliciosa y las largas caminatas que te cansan el cuerpo pero te descansan la mente. 

Volvimos a Rosario, a la humedad, a los autos (La Cumbrecita es una "cuidad caminante"), al cemento... a la rutina. Pero esos días fueron un empujoncito para seguir la mitad de este año fatídico que no nos da reparo. 

Les comparto un poquito de lo que fue este viaje y los invito a que me acompañen aunque sea en fotos a viajar juntos un ratito más :)